Anaconda: 08
Anaconda de Horacio Quiroga Capítulo VIII ...Se hallaba quebrantada, exhausta de fuerzas. Sentía la boca llena de tierra y sangre. ¿Dónde estaba? El velo denso de sus ojos comenzaba a desvanecerse, y Cruzada alcanzó a distinguir el contorno. Vio -reconoció- el muro de cinc, y súbitamente recordó todo: el perro negro, el lazo, la Inmensa serpiente asiática y el plan de batalla de ésta en que ella misma, Cruzada, iba jugando su vida. Recordaba todo, ahora que la parálisis provocada por el veneno comenzaba a abandonarla. Con el recuerdo tuvo conciencia plena de lo que debía hacer. ¿Sería tiempo todavía? Intentó arrastrarse, mas en vano; su cuerpo ondulaba, pero en el mismo sitio, sin avanzar. Pasó un rato aún y su inquietud crecía. -¡Y no estoy sino a treinta metros! -murmuraba-. ¡Dos minutos, un solo minuto de vida, y llegó a tiempo! Y tras nuevo esfuerzo consiguió deslizarse, arrastrarse desesperada hacia el laboratorio. Atravesó el patio, llegó a la...
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