Apéndice 1. Las corrientes espirituales medieva les como inspiradoras de la Reforma

1. La corriente filosófico-teológica

En un intento de caracterización del pensamiento y de la vida cristiana de los siglos XIV y XV, tendríamos que acudir a la palabra ruptura. En efecto, el fenómeno que los caracteriza «parece ser la ruptura interna del equilibrio entre dogma y sensibilidad, entre doctrina y creencia, entre elaboración intelectual y expresión inmediata de la fe». «A pesar de la división entre las grandes escuelas teológicas —sigue comentando Ruggiero Romano—, no obstante la aparición de grandes movimientos heréticos, la Cristiandad de los siglos XII y XIII —siglos de cruzadas y catedrales, de escolástica y de órdenes regulares— se nos ofrece como un sistema poderoso y casi armónico, donde los arrebatos de la mística se equilibran con el racionalismo teológi-co-filosófico y la expresión directa de la religiosidad parece conciliarse con su salvaguardia y autoridad inquisitorial» (Historia Universal, siglo XXI, tomo 12, pp. 78 y ss.).

Pero, a mediados del siglo XIV, esta gran corriente que había proclamado la armonía y la complementariedad entre fe y razón, entre verdad revelada e intelecto humano —es decir, el aristotelismo cristiano— ve que su terreno le es discutido por una tendencia muy diferente: el ockamismo. Ya durante el siglo XIII había iniciado Duns Scoto (1270-1308) esta desviación acentuando el agustinismo franciscano de la orden a que pertenecía. Scoto, en efecto, pone los pilares del pensamiento moderno: a) Separación entre filosofía y teología. Tienen contenidos diferentes. No hay verdades de fe aprensibles racionalmente. b) Vuelve al argumento ontológico de San Anselmo. Un argumento a priori del summum cogitabile: Existe un supremo inteligible en el orden del pensamiento; ahora bien, si no existiera también en la realidad se seguiría la contradicción de ser al mismo tiempo posible porque lo pienso e imposible porque a su esencia repugna ser de otro. c) Desarrolla la doctrina metafísica del contingentismo de todo lo creado. Las leyes de la naturaleza y de la moral están en radical supeditación a la voluntad de Dios. De aquí el voluntarismo que tanta importancia tendrá en Lutero: Todo lo que existe, existe porque Dios lo quiere. Es la voluntad de Dios y sólo la voluntad, la que quiere las cosas. d) No se puede demostrar racionalmente la inmortalidad del alma. Sólo nos es conocida por la fe. La fe, por tanto, está por encima de la razón como guía del entendimiento.

Todas estas tesis las encontramos todavía más radicalizadas en otro franciscano, Guillermo de Ockham (1300-1349). Ockham parte de estos dos principios fundamentales, básicos en la obra de Lutero: a) No se pueden demostrar con la razón humana los dogmas cristianos. La metafísica y la teología racional son ciencias totalmente inútiles. b) La razón es incapaz de demostrar los postulados básicos de una filosofía y teología racionales, como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma.

Sobre estos dos principios podemos ya reconstruir toda la filosofía ockamista: 1) Los universales son meros nombres —nominalismo—, sólo existe el individuo y sólo éste es objeto de la ciencia. La ciencia es de lo singular. 2) No puede demostrarse que la ley moral tenga un carácter necesario y absoluto (universal). Esto le hace llevar su voluntarismo hasta sus últimas consecuencias: todo, hasta el pecado, depende de la voluntad de Dios. 3) De esta aguda crítica a la escolástica racionalista deriva su respeto y acatamiento ante la Revelación. La fe adquiere una categoría suprema de verdad. Desde la fe, las afirmaciones de la teología son ciertas. La razón no puede contradecirlas, pero tampoco defenderlas y menos demostrarlas.

Dentro de su función de teólogo puso todo su empeño en «limpiar el terreno de la teología de las híbridas superestructuras aristotélico-tomistas, para mejor resaltar la sublimidad de la fe». Conocidos son también sus ataques contra el papa y la vida mundana de los prelados. De acuerdo con la tesis que va ganando terreno en estos dos siglos, Ockam sostuvo firmemente la doctrina conciliarista: el concilio está por encima del papa. Por todo ello fue acusado de herejía y condenadas algunas de sus obras. Terminó sus días en el destierro.

El escotismo y ockamismo dominan la vida de las escuelas de los siglos XIV y XV. Tienen sus representantes en filosofía y teología. Bastará con citar los nombres de Nicolás de Ultricurua (m. 1350), Guillermo Rubio (1360), Roberto Holcot (1349) y Gregorio de Rímini (1358). Mención especial merecen por su incidencia en la vida de Lutero, los siguientes: Pedro de Ailly (1350-1420), Juan Gerson (1363-1429) y, sobre todo, Gabriel Biel (1410-1495) de los que el reformador es lector asiduo.

En la doctrina luterana podemos discernir los elementos de esta corriente ockamista. ¿Cómo no ver aquí el odio a Aristóteles que muestra Lutero?


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