Bendición de la tierra - Libro Segundo. Capítulo 3
Al acercarse el invierno, Axel volvió a ser el solitario de Tierra de Luna. Barbro se había marchado. Así había acabado todo. Según ella, la estancia en la ciudad no se prolongaría. No se conformaba con ir perdiendo los dientes y quedarse con una boca de ternero. Axel le preguntó cuánto le costaría. —¿Cómo voy a saberlo? –respondía ella–. A ti, desde luego, no te costará nada. Yo misma me lo ganaré. Había sabido plantearle la conveniencia de que el viaje fuera ahora, cuando sólo había dos vacas para ordeñar, en espera de las dos terneras y las cabras que vendrían al mundo en la primavera; entonces apremiaría la cosecha del heno y se trabajaría de lo lindo hasta pasado el mes de junio. —Haz lo que quieras –dijo Axel. Él no tendría que pagar nada, absolutamente nada. Pero algún dinero para gastos de viaje y para pagar al dentista, bien lo necesitaba: no mucho. Además, sería buena ocasión para comprar la manteleta y otras bagatelas. Pero, si no era...
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