Cañas y Barro: 115
none Pág. 115 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Era difícil pillar en falta a aquella pareja. La Samaruca se desesperaba, reconociendo la astucia de Neleta. Para evitar confidencias había despedido a la criada de la taberna, reemplazándola con su tía, aquella vieja sin voluntad, resignada a todo, que sentía cierto respeto no exento de miedo ante el genio violento de la sobrina y las riquezas de su viudez. El vicario don Miguel, enterado de los sordos trabajos de la Samaruca, agarró más de una vez a Tonet, sermoneándole para que evitase el escándalo. Debían casarse: cualquier día podían sorprenderles los del testamento, y se hablaría del hecho en toda la Albufera. Aunque Veleta perdiese una parte de su herencia, ano era mejor vivir como Dios manda, sin tapujos ni mentiras? El Cubano movía los hombros. Él deseaba el matrimonio, pero ella debía resolver. Neleta era la única mujer del Palmar que, con su acostumbrada dulzura, hacía frente al...
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