Cañas y Barro: 118
none Pág. 118 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Tonet, muchas noches sorprendía en el cuerpo de Neleta emplastos hediondos, a los que la tabernera concedía la mayor fe: cataplasmas de hierbas silvestres, que daban a sus veladas de amor un ambiente de brujería. Pero todos los remedios demostraban su ineficacia con el curso del tiempo. Pasaban los meses y Neleta se convencía con gran desesperación de la inutilidad de sus esfuerzos. Como decía la tía, aquel ser oculto estaba bien «agarrado», y en vano luchaba Neleta por anularlo dentro de sus entrañas. Las entrevistas de los amantes durante la noche eran borrascosas. Parecía que Cañamel se vengaba, resucitando entre los dos, para empujarlos el uno contra el otro. Neleta lloraba de desesperación, acusando a Tonet de su desgracia. Él era el culpable; por él veía comprometido su porvenir. Y cuando, con la nerviosidad de su estado, se cansaba de insultar al Cubano, fijaba sus ojos iracundos en el...
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