Caricias
—Ganas de morderte —le dijo al oído, y ella bajó la mirada, sonrió, quiso hablar de otra cosa, tan cerca de él que más que verlo sólo lo sintió: su calor; la mezcla de olores que desprendían el cuerpo, el casimir, la loción de maderas; el brazo que le pasaba por la espalda. Ella intentó echarse hacia atrás para mirarlo a los ojos, pero él se los cerró besándolos y luego le rozó los labios y ella sintió que se ahogaba y que un fluido tibio la envolvía, que la piel comenzaba a arder, que la sangre iba a brotarle por los poros mientras él le besaba las mejillas, las orejas, el mentón, la nariz, y ella gemía o ronroneaba bajito, se atragantaba, se humedecía, y él insistía con la barbilla alzándole la cara, besándole los párpados, los labios empurpurados, la nuca, los hombros, murmurando de nuevo “ganas de morderte”, o tal vez sólo pensándolo, pero buscando la forma de ganarle el mentón con la nariz, de empujar hacia arriba mientras ella dejaba caer la...
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