Coser y cantar
Ana, Anita, la niña, alta y delgada, a un lado de la ventana, con el pelo caído sobre la cara, cosía el dobladillo del vestido nuevo, azul, con encaje blanco en el pecho. Los dos incisivos, largos, filudos, blancos, mordían su labio inferior, del rojo al amarillo al blanco al rojo. La mirada de los ojos claros seguía sin interrupciones el paso sinuoso de la aguja, el oído atento registraba los rumores de la calle y los roncos estertores de la madre, que dormía echada en la cama, con el vestido dejando ver los muslos, las piernas sin medias, las piernas varicosas, con nudos azules, amoratados, asqueantes. Anita levantó la mirada para descansarla, miró el cielorraso sucio, manchado por la humedad; miró el cuerpo vencido de su madre. Mamá, roncando, borracha, como la noche de ayer y la de mañana. Si mamá no bebiera... Pero se trataba de una historia larga, un continuo rodar de botellas vacías desde la muerte de papá y el desengaño aquel con el hombre de la playa. Ana...
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