De tal palo, tal astilla:17
De tal palo, tal astillaCapítulo XVII: Mar sin riberas de José María de Pereda Amaneció el día encapotado y brumoso. Las nubes acumuladas sobre los más altos picos descendían lentamente, como si las montañas tiraran de ellas para cubrirse los pies; y así fueron arrebujándose poco a poco en la densa envoltura, hasta desaparecer por completo debajo de ella. Luego comenzó a caer sobre el valle una llovizna tenue y sosegada, como espeso rocío. Recibiéronla los prados, sedientos con el calor de la víspera, con la fruición voluptuosa del chino que fuma su pipa cargada de opio; hasta que, saturados de ella, como verdaderos borrachos, inclinaron la cabeza soñolientos, y fueron acostándose las verbenas sobre el llantén, el trébol sobre las verbenas, y las centauras sobre el trébol. Una hora después apareció, sin saberse por dónde, un remusguillo juguetón que la emprendió con las nieblas del valle; y soplando aquí y allá, hízolas refugiarse en la montaña;...
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