De tal palo, tal astilla:7
De tal palo, tal astillaCapítulo VII: Águeda de José María de Pereda Si la superficie de un dormido lago se transformara súbitamente en pradera verde y lozana, y a un extremo de ella brotaran un bardal espeso aquí; un grupo de castaños allá; dos higueras enfrente; un robledal más lejos; una fila de cerezos delante de un barullo de manzanos y cerojales; una mimbrera junto a una charca festoneada de juncos, menta de perro y uvas de culebra, un alisal hacia el monte... y otros cien adornos semejantes, que el buen gusto del lector puede ir imaginando sin temor de alejarse de la verdad; y luego colocáramos una casita, agazapada debajo de su ancho alero, como tortuga en su concha, al socaire del bardal; otras dos parecidas, a la sombra de las higueras; cuatro o cinco, no mayores, detrás de los castaños; algunas con balcón de madera, aquí y allí compartiendo amistosamente con las más humildes el amparo del robledal o los sabrosos dones de los frutales; otras muchas, y...
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