Doña Milagros: 18
Capítulo XVII 18 Pág. 18 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán A la salida de uno de los sermones cuaresmales en San Efrén, Zoe Martínez Orante, cruzando sobre el púdico seno las puntas del manto de granadina, rojo ya por el uso, le susurró a Regaladita Sanz (que iba como siempre muy atildada y peripuesta, de gabán de terciopelo negro y velo-toquilla bien prendido con agujones de azabache), la siguiente estupenda noticia: -Se va el Padre Incienso. La sorpresa de Regaladita fue tal, que a poco se la cae de las manos el Áncora de Salvación y el paraguas de bonito puño cincelado. -¡Ay! ¡Virgen María! ¡Qué me dice usted! ¡Pero si en Marineda nadie sabe nada! Una sonrisa de Zoe -sonrisa orgullosa que inmediatamente veló la humildad- pareció decir con significativa ironía: -Necia, ¿no había de ser yo la primera a saberlo? -¡Ay, Virgen! -repetía entre tanto Regaladita-. ¡Si me deja usted con un palmo de boca! ¿Es cosa resulta... segura? Nueva...
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