El gran simpático: 08
Capítulo VIII 08 Pág. 08 de 10 El gran simpático Felipe Trigo Pero otra nueva sorpresa, y por cierto formidable, le desconcertó igualmente este trabajo. En uno de los más lujosos trenes que reanimaban la calle de Alcalá, descubrió una tarde a la Doria. ¡A la Doria!... ¡Pero qué Doria, gran Dios!... -¡Sí, la Doria! ¡Esa es la Doria! -le manifestaron los amigos-. Sin duda llega de París. ¿Es la misma que decías? -¡La misma! -confirmó Gabriel, aturdido por el fausto versallesco de ella y por su centuplicada hermosura. Habría podido contestar que no... porque ¡cuán otra esta mujer que la hija aquella del Alondro! Comprendió que fuese célebre. Pocas mañanas después, averiguados por Gabriel la casa y los hábitos de Doria, que vivía como una dama, subía al elegante primero de la calle Monte-Esquinza. Se anunció como «un amigo», sin anticiparle el nombre. Un lujo de duque, el salón. Doria apareció con una bata de duquesa y con el pelo suelto....
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