El hampón: 8
El hampón Capítulo VIII de Joaquín Dicenta El hampón casi nunca entraba solo en La Buena Sombra. Como desde el anochecer emprendía su ronda tabernaria y su derrame de pesetas, lo daban pronto escolta tres o cuatro gorrones al husmo de los cigarros y las copas. Cuando, ya tarde, llegaban al café, hacían lo borrachos; siquiera sea de advertir que el hampón, bebiendo más que todos, no daba a notar su embriaguez ni en la vacilación del cuerpo ni en los desconciertos del juicio. Una noche, y por excepción, entró solo y tambaleándose. Era muy tarde ya; el café casi estaba desierto, las camareras arreglaban sus cuentas con el amo, junto al mostrador. La Cañas no había ido aún a arreglar las suyas. Sentada en el diván, frente a una mesa de su turno, tenía puestos en el reloj los ojos endrinos; sobre el cristal de aquellos ojos se cuajaban dos lágrimas. Al sonar la puerta, las miradas de Irene se encaminaron a ella. Por ella entró el hampón, y las lágrimas de la...
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