Grito de gloria : 21
Grito de gloria : 21 de Eduardo Acevedo Díaz Un viernes por la noche la helada cubrió los campos, que iluminaba la luna a través de un espacio de limpidez admirable. El suelo blanqueaba en toda su extensión visible, desapareciendo bajo el manto de hielo el verde vivo de las hierbas y la negrura del lodo en los pantanos. De los arbustos semi-hojosos colgaban los gajos bajo el peso de una costra de cristales, y los que ya estaban desnudos parecían envueltos en redajas de frágiles hilos. El aire lastimaba al rozar las carnes como un latigazo finísimo, y de ahí los encogimientos y crispaciones de los caballos que, sujetos a la «estaca», permanecían con las cabezas quietas y las colas entre remos, sin triscar los pastos. En el «cañadón» la rata de agua solía cruzar el cauce en compañía de los patos silbones. Algunas brasas brillaban en los vivacs, restos de fuegos encendidos con gruesos troncos traídos del...
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