Grito de gloria : 8
Grito de gloria : 8 de Eduardo Acevedo Díaz Muy temprano, junto al denso bosque entre cuyas orlas corría el río y cuando sonaba la diana vibrante y alegre, se hizo formar a los prisioneros, que sumaban centenares entre oficiales y soldados. A la claridad pálida de una aurora cenicienta, aparecían mojados con los uniformes llenos de lodo y los rostros marchitos. Algunos los tenían verdinegros, enjutos y salpicados de barra seco, como si los hubiesen recostado en el charco improvisado por la lluvia. -¡Cómo anda la lombriz de tierra! -ocurriósele decir a Ladislao-. De esta hecha van a ser más que las langostas. Cuaró, que los miraba con ojos torcidos, apoyado en su lanza enorme como «picana» de carreta, hizo una mueca expresiva, y extendiendo la mano libre hacia la falda de la colina que dominaba el lado opuesto del paso del Rey, exclamó: -¡Mirá! ahí viene otra gente media avispa que anda maliciando... En cuanto...
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