La interpretación de los sueños
Mi padre salía de viaje. Mamá lo ayudaba a cerrar la maleta, donde había hecho caber su portafolio de ventas para no cargarlo aparte. Aparte sólo llevaba un maletín con útiles de aseo, ropa de dormir y a lo mejor un libro: sí, nunca está de más. Gran lector no era y para aprovisionarse recurría a mi librero. Yo estaba aquí sentado como ahora. Lo miraba joven y delgado, vestido de traje. Me miró. —¿Qué escribes? —Un cuento sobre ti. —¿Por qué sobre mí? —Tuve un sueño. Sonrió, indulgente, mientras reanudaba su escrutinio del estante de novelas. Le conté el sueño, que iba así: —Yo era un cobrador. Andaba de un lado a otro con mi portafolios, cobrando cuentas. Le presentaba una al cura de una iglesia. Él la mira y la pondera y en eso empiezan a llegar niños como a clase de catecismo. “Tengo quehacer”, me dice y me devuelve la cuenta. Les habla a los niños, los dirige; cantan, juegan a la ronda, pero es una ceremonia... Resopló, irónico, mirando una...
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