La madre Naturaleza: 32
none 32 Pág. 32 de 36 La madre Naturaleza Emilia Pardo Bazán Capítulo XXXII -¿El señor cura? ¿Está en casa? -¡Ay señor! Va en la misa... ya hace un bocadito que salió. -¿Tardará mucho? -¿Quién es capaz de saberlo? La misa se despabila pronto; solamente que después, si le da la gana de ir a rezar al camposanto... lo mismo puede tardar media hora que una. Si quiere, voy a buscarlo en un instante. -Nada de eso... Déjele usted que rece. No tengo prisa; esperaré. -¡Quieto, can! ¡Quieto, arrenegado! Pase, entre, haga el favor de subir. Pasábase por la cocina para llegar a la sala del cura, sala que hacía oficio de comedor, y se reducía a cuatro paredes enyesadas, una mesa vieja con tapete de hule, una Virgen del Carmen de bulto, encerrada en su urna de cristal y caoba, y puesta sobre una cómoda asaz ventruda y apolillada, y media docena de sillas de Vitoria. Goros se deshacía buscando y ofreciendo la menos desvencijada y vieja. -Gracias,...
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