Rojo y negro: Capítulo LXV
Rojo y negro de Stendhal Un huracán ¡Dios mío! ¡Concededme la medianía! MIRABEAU Absorto, sumido Julián en sus reflexiones, sólo a medias respondía a las ternuras de Matilde. Nunca pareció a ésta tan grande, tan adorable. Casi todas las mañanas veía Matilde al cura Pirard cuando entraba en el palacio de su padre. ¿No era posible que Julián, cuya seriedad aumentaba de día en día, hubiese conseguido penetrar, merced a aquel, las intenciones del marqués? ¿Le habría escrito directamente éste, en un momento de capricho? ¿Qué explicación tenía la actitud severa de Julián, cuando lo natural era que estuviese satisfecho? Matilde no se atrevía a preguntarle. ¡No se atrevía ella, Matilde! ¡Misterios del amor! Amaneció el día siguiente al recibo del despacho del teniente. Muy temprano, hizo alto junto a la casa del señor cura Pirard una silla de pasta. -Aquí tienes veinte mil francos que te regala el señor marqués de la Mole- dijo el sacerdote con...
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