Rojo y negro: Capítulo LXVII
Rojo y negro de Stendhal Un torreón La tumba de un amigo. STERNE Oyó el prisionero un gran ruido en el corredor, cuando no era hora reglamentaria de recibir las visitas de su carcelero; voló ululando la lechuza, abrióse la puerta de su prisión, y apareció en el marco el venerable cura señor Chélan, quien, temblando, se precipitó en sus brazos. -¡Dios mío, Dios mío!- exclamó- ¿Es posible, hijo mío...? ¡Monstruo debí decir! El buen anciano no pudo añadir una palabra más. Julián hubo de sostenerle y sentarle en una silla para evitar que la emoción, el dolor, dieran con su débil cuerpo en tierra. Los años habían doblegado a aquel hombre, tan enérgico en otro tiempo. A Julián le pareció una sombra de lo que fue. -Hasta ayer- dijo, cuando se repuso algún tanto-, no recibí tu carta fechada en Estrasburgo, con los quinientos francos que acompañabas para que los distribuyese entre los pobres de Verrières, carta que tuvieron que remitirme a la montaña de...
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