Rojo y negro: Capítulo XXXII
Rojo y negro de Stendhal Entrada en el mundo ¡Recuerdo ridículo, y conmovedor, a la par, el del primer salón, donde entré solo y sin valedores, a los dieciocho años. La mirada de una mujer bastaba para intimidarme. Cuanto mayor era mi afán de agradar, tanto más grandes eran mis torpezas. De todo me formaba ideas absurdas: o me rendía sin motivo, o veía un enemigo en cada persona que me dirigía la palabra, si lo hacía con gravedad. Pero entonces, no obstante las pesadumbres que me producía mi timidez, ¡cuán hermoso me parecía un día hermoso! KANT Julián se detuvo en el centro del vestíbulo. -Sobretodo no pierdas la compostura- le dijo el cura Pirard. Es notable lo que contigo ocurre: forja tu imaginación ideas horribles, y a renglón seguido demuestras que eres un niño candoroso. ¿Has olvidado el nihil mirari de Horacio? No olvides que la turba de lacayos, al verte establecido en esta casa, se mofará de ti. Verán en tu persona un igual suyo elevado sobre...
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