Santa Rosalía del polvo
Fue en tiempo del tirano Argentyro cuando Rosalía cumplió su hazaña. Afamada por su belleza tanto como por sus virtudes, la joven visitaba enfermos, alimentaba hambrientos, vestía menesterosos. Recorría la ciudad de madrugada; cubría su cuerpo con un manto: de nada servían las piadosas precauciones. ¿Cómo disimular el brillo de los ojos? ¿La majestad de la marcha? Cantada por bardos trashumantes, la gloria de su cuerpo llegó a oídos de Argentyro, quien no cejó hasta tenerla en su presencia. El déspota suplicó, prometió, amenazó... Rosalía no quiso descubrirse. El tirano ordenó que fuera desnudada. Los guardas rasgaron los vestidos. Nadie alcanzó a verla: una racha la cubrió de polvo. Un viejo retablo olvidado en una capilla de Ixtacán del Río muestra a los soldados y los cortesanos cegados por la ventisca. Argentyro se protege los ojos con un gesto de dolor. La santa tiene la vista baja. El desconocido pintor no resistió la tentación de exhibir la turbadora...
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