VI. Hacia la ruptura con Roma (1517-1520)

Las 95 tesis

«Como un caballo ciego» —nos dice el mismo Lutero— se lanzó a protestar ante el comisario-arzobispo Alberto de Maguncia. Según la tradición, esta protesta consistió en fijar en las puertas de la Universidad de Wittemberg, las 95 tesis sobre las indulgencias. Invitaba, además, a todos los doctores a una disputa pública sobre el tema. Era el 31 de octubre de 1517. Así nació la protesta y la reforma.

Modernamente, se pone en duda este acto de fijar las 95 tesis en la puerta de la Iglesia. El hecho quedaría relegado a un símbolo digno de un acontecimiento que cambió la faz de la Iglesia y de Europa. La cosa fue más sencilla: Lutero —como vimos— envía una carta de protesta al arzobispo de Maguncia. En ella le incluye una copia manuscrita de las tesis. Dos cosas pedía en la carta: 1) retirar la instructio o promulgación de la indulgencia, y 2) el modo de predicar. La carta era correcta.

El problema surgió a la hora de leer las tesis. ¿Qué decían? ¿Cómo reaccionó el arzobispo? Comenzaban con una invitación a todos los doctores a una disputa pública. Siguen a continuación las 95 tesis. Leídas hoy, a la distancia de cuatro siglos, nos parecen frías y un tanto asépticas. Entonces sonaron a algo explosivo: echaban por tierra —en una formulación todavía ambigua— el viejo tinglado de las indulgencias y abrían el camino a una nueva interpretación del hecho cristiano: la salvación en Cristo. «¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio, dada su santísima candad y la necesidad de las almas»? —se decía en la tesis 82. Y en la 66: «Los tesoros de las indulgencias son redes con que hoy día se pescan las riquezas de los hombres.» «El verdadero tesoro de la Iglesia es solamente el sacrosando Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios» (62).

De momento no se presentó nadie al palenque de la disputa. Pero el impacto quedaba hecho. El arzobispo de Maguncia entregaba las 95 tesis al examen de teólogos y las enviaba a Roma juntamente con el dictamen de sus consejeros. Quedaba incoado el proceso contra Lutero que durará tres años. Es un período lleno de peripecias y argucias en las cuales se pierde el lector curioso de hoy.

Mientras se incoa el proceso en Roma, asistimos a una serie ininterrumpida de sesiones de esgrima verbal y conceptual. Aparecen ahora nuevos personajes situados a ambos bandos de la contienda. El primero en presentarse a la lucha fue el mismo Tetzel. No lo hizo ahora como predicador, sino como teólogo y en el ámbito universitario de Franfurt. También fijó sus antitesis. Era enfrentar universidad a universidad. Lutero le contestó a fines de marzo de 1518, primero en un sermón de la indulgencia y de la gracia y luego en un resumen de 20 tesis, redactadas en lengua alemana. Tuvieron un éxito rotundo, al menos en el campo universitario, donde ahora se desenvuelve la pelea. Lutero insiste de forma tajante y radical en su concepto de la penitencia. «La justicia divina —afirmaba— no exige del pecador ninguna obra satisfactoria.»

A la palestra acudió también uno de los teólogos más doctos de Alemania, Juan Eck, de la Universidad de Ingolstadt. Lutero parece escuchar «como quien oye llover». Los argumentos de los contrarios tienen valor dentro de un tipo de argumentación que no es la suya. El está situado en otro plano. «Yo no afirmo nada con pertinacia, solamente disputo… Por otra parte, yo me apoyo en la Escritura. Tú no aduces más que el salvado y las algarrobas de Scoto y de Gabriel Biel.» En esta actitud doble le encontraremos mientras dure el proceso. Pero no retrocede ni un paso.

En esta contienda hay que contar con un elemento esencial que dará audacia y fuerza a Lutero. Se sabe con la confianza del príncipe Federico de Sajonia. «Es verdad —escribía el 21 de marzo de 1518— que los predicadores lanzan rayos desde el púlpito contra mí y me profetizan la hoguera para dentro de quince o treinta días; pero nuestro príncipe Federico, sin súplicas de nadie, me ha tomado bajo su protección, de suerte que de ningún modo consentirá que me arrastren al tribunal de Roma.»

En efecto, el príncipe Federico, «el mejor de mis amigos», según Lutero, será pieza esencial en este proceso. Sin dar la cara, y sin verse nunca con el agustino, estará siempre a su lado. Y desde ahora, también numerosos profesores de Wittemberg: Amsdorf, Karlstadt, Bucero, Melanchton, etc., estarán incondicionalmentee a su lado. Pronto la Universidad de Wittemberg será totalmente luterana. Los mismos frailes del monasterio se dividen. A su favor están Juan Lang y W. Link. ¿Podemos pensar que también su maestro Staupizt? Sólo sabemos que en alguna ocasión se consideró como el «precursor».

En cuatro meses las tesis habían corrido como reguero de pólvora por toda Alemania. El nombre de Lutero pasaba de boca en boca como un demonio o como un profeta.


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