Cánovas : 27
Cánovas Capítulo XXVII de Benito Pérez Galdós Viéndoles partir hacia la Plaza del Ángel, Casianilla, súbitamente alterada y colérica, me dijo: «Si estuviéramos en descampado les apedrearíamos. ¿No te parece? -No, hija mía, no -repliqué yo, cogiéndole el brazo con que imitaba el manejo de la honda-. Modera tu arrebato bélico, que los tiempos son más de paciencia solapada que de fiereza impulsiva. Si apedreáramos, podría suceder que nuestros tiros no dieran en la cabeza del Reverendo, que bajo la capa de su finura exquisita esconde las intenciones de un grandísimo bellaco, y fuesen a descalabrar a la hermosa Celtíbera, persona ciertamente estimable y digna de respeto... Esta buena señora fue en sus días juveniles la corza ligera y elegante que a todos cautivaba; ahora es la oveja tarda y simplísima que no puede con el peso de sus lanas... No hemos de ver en las beaterías de Lucila un movimiento espontáneo de su ánimo, el cual, digan lo que quieran, aún...
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