Muchas familias ricas cristianas ofrecieron sus jardines o villas a sus correligionarios para abrir sus tumbas; más tarde pertenecieron a corporaciones funerarias, favorecidas por la política imperial, que proporcionaban sepulturas a sus asociados, quienes pagaban una cuota; los fossores estaban encargados de abrir las tumbas y señalar su emplazamiento.
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