El escenógrafo William Cameron Menzies estaba creando el mayor holocausto que había visto california desde el terremoto de san francisco. largas lenguas de fuego se remontaban hasta el cielo y devoraban vertiginosamente las falas fachadas pintadas de viejos decorados adquiridos para tal propósito. templos de El Jardín de Alá, bosques de El último mohicano y rascacielos en miniatura del primer King Kong ardían a toda prisa en una especie de crematorio de sueños. «La guerra es el infierno» había dicho alguien, y con sus palabras parecía haber marcado realmente el infernal despliegue de aquellas imágenes. Se estaba rodando la primera escena de Lo que el viento se llevó, la más grandiosa película épica de la historia del cine. Lo que se intentaba simular era el incendio de Atlanta durante la guerra de Secesión americana, y bien podría uno haberse preguntado si tan elocuente reproducción del hecho tendría algo que envidiar al suceso original.
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